Jaime Menendez de Luarca – Entrenador Superior de Triatlon 

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Crónica Ironman Vitoria 2024

Desde que tengo uso de razón dos cosas me han apasionado; el deporte y la lectura. Leía todo lo que caía en mis manos y a todas partes iba corriendo de niño, por lo que era difícil que se me escapara un articulo del periódico que hablaba de un Duatlón que se iba a celebrar en el Paseo de La Castellana en 1990. Fue una sola cosa inscribirse y empezar a leer todo lo que había sobre triatlón en España (que era poco, Corricolari con Aitor Ruiz de Zarate y Bicisport con Antonio Alix).

Cuando quedaban 10 años para terminar el siglo XX el drafting no era una modalidad sino una trampa, nadie imaginaba que los Juegos Olímpicos dictarían el devenir de Triatlón en el siglo XXI y el Ironman de Hawaii era por supuesto la prueba más importante y prestigiosa del mundo desde hacía ya varios años.

Todo lo que leíamos los adolescentes que hacíamos triatlón eran las gestas de aquella lejana isla del Pacifico a donde ir era casi imposible ya que apenas unos pocos españoles (menos de 5 cada año, y de un nivel altísimo) lograban clasificarse y solo nos cabía soñar con ponernos en la línea de salida de algún Ironman con la ilusión de llegar a meta antes de anochecer.

 

Foto: Ion Zugasti

He intentando acortar 34 años de preámbulo para poder explicar el motivo de por qué intentar lograr una octava clasificación a Kona y la razón de querer transmitirlo escribiéndolo. Dudo haberlo logrado y la mayoría solo veréis un veterano de 50 años con tendencia a la locuacidad, pero yo sigo viendo aquel Jaime de 20 con flequillo que debutaba en el Hombres de Hierro de Malaga 1994 llegando de noche con un tiempo de 11h50, aunque soy consciente de que aquellos tiempos no volverán.

En 2018 terminaba mi 6º Kona, cuando tras mi  abandono en Lanzarote 2003 pensaba que esa clasificación era una quimera para mi. Desde 2018 la vida discurría con relativa placidez sin saber qué todo estaba a punto de cambiar a finales de 2019. En Wisconsin 2019 en septiembre ganaba mi grupo de edad y lograba la 7ª clasificación para Hawaii, que por supuesto no se materializó ni en 2020, ni en 2021. En 2022 nos ofrecieron escoger entre las sedes de Saint George o Kona, y aquel año WTC hacía un equilibrio imposible en Kailua con dos carreras en 48 horas que no representaban lo que Kona significa para mi. Saint George fue una preparación de rabia, de dejar atrás la pandemia, pero fueron meses de motor externo y no de motivación intrínseca y cruzar aquella línea de meta no supuso llenar ningún rincón de mi alma.

Tras un 2023 en blanco en la distancia Lanzarote me llamaba para volver a Kona, pero uno no puede pegarse con la vida y el invierno de 2024 dictaminó que el respeto que necesita la Isla del Fuego no me lo había ganado y aplacé el asalto a vientos más propicios, que llegaron por fin en abril como si alguien hubiese echado aceite a los costados de un barco acometido por el oleaje. Iba a ser imposible sumar las horas que habría acumulado para cualquier otra preparación, por lo que decidí no forzar la maquina y hacer lo que mi cuerpo y mi mente me permitiesen en las 14 semanas restantes; Un día menos de bici a la semana, un día menos de carrera y un día menos de agua para sumar 13 horas largas en vez de las 16-18 de otros Ironman.

Con este baño de realidad, pero también con 30 años de experiencia en la distancia me plantaba en Vitoria con mi familia, con más miedo que respeto y sabiendo que podía hacer una buena carrera si desarrollaba un plan de paciencia en lugar de salir a comerme la prueba como había hecho hasta ahora.

Un Ironman al que puedes llegar en coche en pocas horas, si además es en el País Vasco, es sinónimo de tranquilidad y buena comida, aspectos fundamentales en los días previos. Nada especial cabía desde el miércoles, tan solo reconocer los circuitos, meter un par de cambios de ritmo e intentar reducir el uso de móvil (deje el medidor de HRV en casa porque solo me iba a aportar autosugestión).

Las predicciones meteorológicas eran las que eran, para todos igual, pero malas para los que no manejamos bien el calor, por lo que si la táctica S2P (sube dos piñones) estaba clara, salía afianzada cuando vemos a las 6 de la mañana yendo a Landa un cielo azul inmaculado. La experiencia en Ironman puede determinarse por las horas de sueño de la noche anterior, y estar ya con los ojos cerrados a las 11 de la noche y poder dormir casi 7 horas aporta un descanso extra que no suele ocurrir.

La rutina de boxes es algo más que trabajada, repasar la presión de las ruedas, esta vez tubeless 28 mm a 4,8 bares, engrasar la cadena (con la ayuda de Sandra que pasaba por allí) que había limpiado y secado el día anterior, ponerse el neopreno, descartar calentar en el agua por la dificultad logística. Me despido de Sonia y me pongo en el cajón de >60 en Rolling Start. No es la modalidad que más me guste, pero toca adaptarse o buscar otras pruebas, por lo que lo admito como viene y salgo en la 4ª oleada con Jordi Pascual e Iván Cáceres. Rápidamente encuentro un grupo en el que navegar, sin el estrés de la salida pero sin poder disputar un puesto en los primeros metros que me haga exigirme un poco más. Así es, voy metido en un grupo de 10 y veo a Iván a 20 metros. Se que es imposible recortar 15” a un nadador mejor que yo si no es a costa de hacer 500 metros muy pasado de mi ritmo, por lo que simplemente voy dejando entrar las sensaciones de nadar a un ritmo medio que me permita salir entero. A los 2500 metros me tomo un gel ya disuelto en agua y lo vuelvo a meter en el neopreno, donde lo llevaba. No tengo problemas en entrar al grupo de nuevo, que sin embargo empieza a perder unidades por lo que los últimos 1500 toca buscar orientación y la brazada propia. 56´es un ritmo que debo garantizar con estas sensaciones por lo que no me extraña lo que veo en el GPS. En otras ocasiones estaría pensando que más ambición me habría podido poner en 53-54, pero este Vitoria 2024 viene con un guion distinto. Veo los videos al trote de T1 y los comparo con aquellos galopes de hace una década y empiezo a darme cuenta de que en realidad los 50 sí que pesan.

 

7 años desde que salía de esta T1 en cuarta posición y con toda la recta hasta Ozaeta sin ver a nadie en 2017. Desde el minuto 1 me encuentro con varios triatletas de Grupos de Edad que tiran como posesos y hay que cuidar la distancia de drafting. Voy un poco pasado de watios pero con viento en contra a 36 kms/h y con los jueces dando aprobación a una situación que me incomoda, pero que tras varios años de no hacer ningún Ironman llano ratifica que ya todo el mundo cuida la aerodinámica y sabe pedalear en llano. Lo que hace 7 años valía para hacer top 10 en hombres ahora no basta para top 100 (o top 15 en mujeres). En Agurain llegan los mejores rodadores españoles en Grupos (Juanan Gonzalez, Lucas) y ponen un punto extra, pero el viento es favor ahora y rodamos a 45 kms/h hacia Zurbano con mucho menos esfuerzo. La tentación de pasar adelante es alta, pero se que no debo, aunque quiero. No es mi forma habitual de competir en esta distancia, pero me mantengo “penalty free” y quizás es el momento de admitir que he estado un cuarto de siglo compitiendo mal en Ironman, que no es una contrarreloj sino una prueba con personas a nuestro alrededor y con un componente táctico que no hay que obviar.

 

Los kilómetros pasan deprisa y aunque habría agradecido un punto de avituallamiento en Lubiano, la decisión de llevar 3 bidones, dos de alimento y uno grande de agua, se revela acertada y no paso apuros en ningún momento. El tramo de Lubiano circular, en vez de ida y vuelta como 2017, es más ameno aunque los repechos de esa zona impiden que la bici acelere. El grupo en el que circulamos pierde unidades a la vez que otros llegan y aumentan la velocidad pasando Betoño. Los repechos se hacen con mucha facilidad, viendo que todo el mundo sabe ya guardar fuerzas para cuando vengan. Completar la primera vuelta con bastante viento a 38,5 kms/h y 5 watios por debajo de lo previsto está dentro del plan y aunque la mente no está 100% en modo túnel como solo lo estuvo en Lanzarote 2012, sí que los kilómetros pasan sin darme apenas cuenta y notando que el viento de cara hasta Ozaeta no castiga demasiado. En los avituallamientos de Marieta el grupo en el que voy coge todo lo que puede por lo que llenar de agua fría mi bidón tras el sillín no me penaliza, aunque veo en los bidones de alimento que estoy terminándomelos a mayor ritmo del marcado, asi que cojo una barrita por si acaso y medio  plátano, que me como allí mismo. Llegamos de nuevo a Agurain sin que la media haya bajado de 38 y es momento de volver a ganar velocidad. Juanan se ve con fuerzas y se marcha solo. Creo que le puedo seguir, pero mi guerra tiene 4 etapas, y la primera es asegurar meta, por lo que descarto la idea.

 

Robert Kallin nos dobla (3h54 que no parece que vaya tan rápido por la sensación de facilidad que transmitía). Me quedo con Adrián Lainez, Lucas y Florian (un alemán) hasta Zurbano de nuevo para encarar la ultima subida a la presa, donde ya solo quedamos Adrián y yo y nos toca encarar el ultimo tramo de viento de cara, dándome tiempo a razonar que iba a ser más corto. Que los pensamientos positivos estén saliendo solos sin recurrir a ninguna estrategia es muy buena señal y pasamos el cruce de Marieta a “solo” 28 kms de T2 para enfocar la subida de de Maturana al 10%, que afrontamos con monoplato tanto Adrián como yo, aunque su piñon le pasa un poco de factura, pero coronamos juntos, comentamos la jugada con una sonrisa y seguimos a por el ultimo tramo rápido, donde cogemos a Ruth Brito, que está haciendo una bici rapidísima (había salido como pro 15 minutos antes) a un francés y un italiano ya por encima de 38,3 kms/h. Los watios están bajando, pero apretar los últimos kilómetros solo vale para ganar unos pocos segundos, así que incluso me quito la visera del casco que ya empezaba a notar que no disipaba calor, justo cuando veo a Prado en su segunda vuelta, la animo en Lubiano, aunque percibo que está pasando un mal momento y seguimos hacia T2 alcanzando a alguna otra mujer pro. De algún modo he conseguido hacer 180 kms a 220 watios en 4h41 cuando no había superado los 165 en ningún entrenamiento y con la impresión de que he llegado entero, pero tocaba ver si aun podía pagar esas deudas en la maratón.

Bajar a T2 como una apisonadora no me dice nada, así que habría que esperar a correr. Tengo 4 minutos de ventaja sobre Clive Kennedy (GBR) y7 sobre Edouard Entraeygues (FRA) y más de 15´sobre el 4º, que según mis cuentas es la ultima plaza segura para Kona. Pierdo 1´de ventaja en T2 al cambiarme por ropa de carrera a pie, en mi creencia de que yo disipo mal el calor y el mono no me ayuda. Salgo frenando la zancada todo lo que puedo, pero no me creo el dato del GPS (demasiado rápido para lo que sentía) por lo que en el km 11 me quito el reloj y lo meto en el bolsillo trasero para fiarlo todo a las sensaciones. Mi entrenamiento a pie mas largo había sido de 2 horas y 26 kms  y ninguna transición, por lo que el ritmo de trote estaba muy interiorizado. En la primera vuelta ando cada dos avituallamientos y nadie me recorta nada e incluso Clide empieza a perder tiempo desde el primer kilometro. No llevo nada de comida propia ya que habría geles en todos los avituallamientos cada 10 minutos aproximadamente, pero son demasiado dulces para lo que estoy acostumbrado, aunque no va más allá del sabor y sí noto que la energía entra. Los tramos más cercanos a la catedral son muy especiales y hay sombra prácticamente a cada paso, por lo que me deshago de la gorra y las gafas en un avituallamiento y sigo la primera vuelta con entereza, aunque me empiezan a arder los pies en el km 11. Veo que la quemazon es casi insoportable y que 31 kilometros así van a ser imposibles. En cada curva intento retirar el apoyo pero es imposible y dejo que la mente piense alternativas; quitarme los calcetines no es una opción por las rozaduras, cuando me doy cuenta de que la tensión de las gomas solo la había probado en triatlones cortos sin calcetines. Veo muchos bares donde pedir un cuchillo para cortar las gomas pero creo que voy a perder mucho tiempo, por lo que pregunto al entrar al parque a dos voluntarias si tienen unas tijeras. ¡Tienen!. Corto las gomas y al ser lengüeta integrada la zapatilla se fija bien corriendo despacio. El alivio es inmediato y puedo volver a apoyar bien el pie, pero el calor está en su peor momento para mi y Edouard me recorta 3 minutos en la segunda vuelta, en la que ya estoy asegurando todos los avituallamientos a pie. Lo tengo a 4 minutos en la media maratón y empiezo a preguntar donde viene el 4º, que sigue a 15 minutos.

Parece que se cumple eso de que en 50-54 ya casi nadie corre por debajo de 3h15, pero no veo como mantener la primera plaza corriendo de ese modo. No era el objetivo y sigo disfrutando de los ánimos, Eneko y Pedro en el tramo más alejado, Peru, Alex y Sonia en las Universidades, Gonzalo y Antonio en el parque, Sandra en el tramo del tranvía y Ainhoa y Helene en la Catedral. Mucha más gente me animó y dio referencias y se notaba que me deseaban lo mejor, lo que hizo que andar casi más que correr  en la 3ª vuelta, en la que pierdo la primera plaza en el km 30 no fuera un mal momento.  Me dicen que Edouard me ha pasado pero ya no está corriendo mas deprisa, y un kilometro después de pasarme se nubla, lo que me permite recuperarme y adelantarle de nuevo para ponerme a correr  todo lo que me permiten los cuádriceps hasta el km 35. Se que así no llego hasta el 42 aunque he vuelto a sacarle 1 minuto. No puedo saltarme ningún avituallamiento y sigo andando pero saco fuerzas de donde no hay en Universidades y al volver a pasar por el Parque en el km 40 me cantan 2m30. Puedo disfrutar de haberlo luchado hasta el final y aunque parezco un robot entrando en meta y el parcial de 3h22 entra dentro de mis maratones “malas” esta vez consigo relativizar la propia exigencia y me emociono de haber sacado este resultado con esta preparación.  Me cuesta vocalizar en meta y articular palabra y solo quiero llegar al hotel lo antes posible ya que el cuerpo se está quejando. En 2018 y 2022 Sonia no estaba allí y agradezco el haber podido correr cerca de casa y notar su apoyo incondicional desde las 5 de la mañana hasta las 10 de la noche, donde cenamos todo lo que había salado en el menú y nos dormimos nada más llegar a la habitación.

Me encanta escribir, pero las emociones de las horas posteriores a un Ironman son difícilmente plasmables en papel y quizás sea mejor asi y guardarse estos meses solo para uno y los que le rodean. Esta vez sí, See U in Kona, que posiblemente sea,,, no lo dejare por escrito.

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